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Korean ginseng candy o la lectora de haikus

Osvaldo Olivera. Julio 2021 / mboehara@gmail.com

Hana Choi camina por la calle México con dirección a la plaza Uruguaya, es el viernes 27 de julio de 2018 y está atardeciendo, ensimismada en sus pensamientos parece una fantasma, cruza la calle 25 de mayo casi sin mirar, observa la fuente en la esquina del acceso de la plaza, cuando está frente a la Casa de la Literatura, por unos segundos observa el viejo caserón color durazno. Entra en la plaza y se dirige hacia el centro buscando un banco libre donde sentarse, encuentra uno casi frente al monumento de Artigas, se sienta y prende un cigarrillo, observa que frente a ella está la estatua de un hombre sentado, hace el esfuerzo de leer quién es: Augusto Roa Bastos. No tiene idea a qué dedicó su vida y por qué merece una estatua.

Cómo es su costumbre, deja el cigarrillo a un extremo de sus labios, pareciera sostenerse por un fenómeno paranormal. De su cartera extrae un cuaderno con trozos de papeles sueltos en su interior, toma uno y lo lee:


8

Juntos sin tiempo,

io ti penso amore,

eterno amor.


Decidió ir a la policía a contar lo que sabía, mientras regresa hasta el Hotel Victoria va gesticulando incoherente por la calle, al entrar a su hotel dice a su secretaria:

Antonia, voy a salir un rato, pasame la llave del auto.

Sí señora Victoria. Dijo la mujer.

Victoria era el nombre que había adoptado al llegar a Paraguay, su verdadero nombre es Hana. Subió a su Kia Pride color gris plata, modelo 1994, lo había comprado con su marido y no veía la necesidad de cambiarlo, aún podía sentir el aroma de su pareja en ese viejo vehículo.


Heridas de la guerra

Hana nació en Incheon un 8 de setiembre de 1953, casi toda Corea se debatía en la más extrema pobreza, siendo niña junto a su madre recorrían el mercado de la ciudad vendiendo kimchi.

A los doce años fue a vivir a Seúl, no pudo terminar la secundaria porque debía trabajar, limpiaba los sanitarios del mercado, a los dieciocho consiguió entrar en una tienda de autoservicio, su patrón era un rígido comerciante que huyó del norte, fueron entablando amistad y en 1978 se casó con ese hombre que era veinticinco años mayor que ella.

Aunque su situación económica mejoró, no fue así con el trabajo, se levantaba a las cinco de la mañana a preparar el desayuno, entre ambos atendían el autoservicio hasta las siete de la tarde, luego de limpiar la casa y preparar la cena dormía extenuada antes de las diez de la noche, en Corea de los años ochenta, la vida era en extremo dura y no había tiempo para el ocio.

En 1984, su marido comentó que un primo suyo había ido a vivir a Paraguay, ella no tenía idea en dónde estaba ese país.

Aunque había intentado con diferentes terapias, no conseguía quedar embarazada, en 1987 decidieron vender su comercio para migrar a Paraguay, buscando oportunidades y una vida más tranquila, llegaron en enero de 1989 a Asunción, luego de un larguísimo viaje, salieron de Corea con casi diez grados bajo cero y llegaron con un calor que nunca pensó existiera en la tierra, la luz le sofocaba, debía cubrirse los ojos por el intenso sol.


La despensa de la coreana

Abrieron el autoservicio Victoria en el barrio Sajonia, el comercio daba buen dinero, vivían en una pequeña pieza al fondo del local, el marido de Hana decía que iban a juntar toda la plata que pudieran y volverían a Corea. Cinco años después el matrimonio compró un vehículo: un Kia Pride cero kilómetro, estaban orgullosos de pasear por la ciudad con un auto coreano, iban todos los domingos a una Iglesia en la zona del Mercado 4.

Hana se sentía una mujer completa, realizada y feliz. Con el correr de los años coincidieron en no volver a Corea, su esposo nunca la recriminó que no pudiera tener hijos.

En abril del 2008, Hana lloraba mientras iba tras la carroza fúnebre en donde estaba su marido, cada domingo iba a visitarlo para luego asistir al culto de la iglesia, habían pasado casi veinte años que vivía en Asunción, solía ir a caminar al parque Carlos Antonio López, conoció ahí a varias mujeres, en Paraguay supo lo que era tener amigas, una vez al mes se reunían a merendar entre todas, la reunión generalmente terminaba con caipiriña o sangría.

Hana decidió vender su autoservicio en el año 2011, puso el dinero en un banco, alquiló un departamento a unas cuadras del Instituto Superior de Bellas Artes, cierto día pasó por frente del instituto y vio un afiche que decía: Taller de restauración, inscripciones abiertas.

Le interesó estudiar algo, preguntó por los requisitos que necesitaba para ser parte del taller.

Nada señora, no hay prerrequisitos, solo se abona una cuota mensual.

Así conoció a la profesora Petrona, la encargada del taller, su pasión por la restauración contagia y en poco tiempo Hana era una adicta a los objetos antiguos. Se pasaba buscando en las redes sociales objetos de colección para comprar.

En el 2016 le comentaron que un compatriota quería volver a Corea, tenía un hotel en la zona del centro histórico y necesitaba venderlo.

A principios del año 2017, se inauguró el Hotel Victoria, generaba buenos ingresos, durante casi todo el día parejas furtivas iban a su hotel, tuvo vergüenza de comentar a sus amigas del parque cuál era su nuevo negocio.


La debilidad de la carne

Se ve tan sexy, pensó Daniela, lo contemplaba mientras conversaba con la encargada del teatro sobre su exposición de lettering.

¿Quién es él? Preguntó sin prestar atención a las explicaciones de la asistente sobre el uso de la galería.

Es uno de los bailarines de una obra sobre la leyenda del hilo rojo, es un buen chico, estará ensayando durante unas semanas.

¿Cuál es su nombre?

Lautaro Olmedo. Dijo la secretaria y pidió que la acompañe, estaba de receso y aprovechó para que se conozcan.

Compartieron un café en el bistró de la Alianza Francesa, ella explicó sobre la temática de sus obras y él de su vida en Santiago de Chile. Después de algunas miradas, Lautaro sugirió ir a un lugar más tranquilo. Daniela comprendió de qué se trataba ese lugar más tranquilo, aceptó sin titubear el ofrecimiento.


El hotel de la coreana

¿De qué es el caramelo?

Korean ginseng candy, es un caramelo de ginseng.

Tiene sabor a raíz, pero me gusta...

Me gusta este lugar.

Ella se sacó la blusa y él la remera, quedaron abrazados varios minutos, luego se besaron, Lautaro le desprendió el brazzier negro y con los dedos bordeó sus pezones, suspiró de placer. Él empezó a besarle el ombligo, luego ella se sacó las panties, cuando estuvieron desnudos dijo:

Estás perfecto, sos demasiado sexy.

Vos también estás perfecta.

Dejó que ella suba sobre su cuerpo y la penetró, Lautaro se excitaba viendo cómo se movía sobre él.

Apretame fuerte el cuello. Dijo ella.

Le hizo caso, pero Daniela insistió que lo hiciera más fuerte, todo lo fuerte que pudiera. Cuando casi no podía respirar y su rostro estaba completamente enrojecido llegó al orgasmo.

Ambos cuerpos quedaron extenuados y se entrelazaron para descansar, pasaron un buen rato conversando. Descubrieron que les gustaba estar desnudos hablando de cosas sin importancia, ella quedó dormida, al despertar Lautaro dijo:

Te escribí un haiku…

Leeme

Él tomó un pedazo de papel que tenía dentro del envoltorio del caramelo de ginseng:


En cada luna

recuerdo tu abrazo

brisa de abril


Que lindo, puedo enamorarme si seguís haciendo cosas así.

Quiero hacer algo, cada vez que vengamos aquí, voy a escribirte un haiku y vamos a dejarlo, así saben lo que sentimos.


Los amantes de la 104

Hana acostumbraba a tener como gentileza para sus clientes caramelos de ginseng.

Ya está limpia la habitación señora Victoria, encontré esto. Dijo Antonia, mostrando un envoltorio de un Korean ginseng candy.

¿Qué tiene de raro?

Tiene un papelito adentro.

Hana tomó el papel lo leyó y sonrió.

Es un haiku Antonia, un tipo de poesía japonesa, voy a guardarlo.

Regresaron al hotel Victoria durante siete semanas seguidas, cada viernes a las cinco de la tarde entraban, saludaban a Hana, quien ya los conocía, también pedían usar la habitación 104, luego Antonia bajaba con un nuevo haiku dentro del envoltorio del caramelo.

Cuando no estaba ocupada, solía sacar los trozos de papeles y los leía. Decidió enumerarlos:


1

En cada luna

recuerdo tu abrazo

brisa de abril.


2

Estás muy fría

cálida florecita

¿tienes abrigo?


3

Está lloviendo

las almas se exploran

brillan, se abren.


4

Dime cerezo:

¿Por qué se nubla el sol,

cuándo garúa?


5

Sos un alhelí,

pequeña muchachita

¿nos amamos hoy?


6

Entre los labios

como la luna llena

brillan los besos


7

Almas carmesí

cordel de un destino

candil y fulgor

Ya los esperaba cada semana, se acostumbró a los haikus de los viernes.


La pequeña muerte

Con cada encuentro, la intensidad del placer que sentía Daniela aumentaba, le extasiaba quedarse sin aire, que le rasguñen o le peguen cuando tenía sexo, le gustaba que Lautaro la muerda hasta hacerla sangrar, al tercer viernes que estuvieron juntos experimentó La petite mort, la sensación de desvanecerse al punto de sentir que moría, le pareció lo mejor que había en la vida.

Ella fue madurando la idea de morir en el exacto momento de llegar a un orgasmo, leyó en un libro que las almas discurren en la eternidad tal y cual como el momento en que sus cuerpos dejan de funcionar, la opción de vagar por el universo sintiendo el éxtasis de un orgasmo le parecía hermoso.

Comentó esto a Lautaro en una de sus inacabables charlas estando desnudos, a él le pareció la idea más idiota que cualquier persona pueda tener. Cuando él comentó que solo se quedaría dos semanas más y luego debía volver a Chile, ella pidió que cumpliera la gran fantasía de morir durante un orgasmo.

Nadie nos conoce en este hotel, nunca preguntaron nuestros nombres, somos fantasmas para la coreana.

Estás loca Daniela, van a averiguar quien estuvo con vos, me van a encontrar.

Nadie nos vio juntos, no saben que nos vemos, te pido me des el gran placer, no tenés que sentirte culpable, es mi decisión.

Llegaron pasado las cinco, tomaron cada uno un caramelo y subieron a la habitación, ella le dio un cordel rojo, dijo que iban a seguir teniendo buen sexo por la eternidad. Hicieron el amor, cuando Daniela sintió que estaba llegando al orgasmo, pidió a Lautaro que convierta la pequeña muerte en algo que no tenga fin.

El amante apretó con toda su fuerza el cordel por el cuello de ella, al tiempo que la penetraba en forma frenética, hasta que eyaculó en su interior, siguió apretándole el cuello unos segundos más, al soltarla la mujer quedó inerte boca abajo.

Te amo. Dijo él antes de salir de la habitación.


El cordel de la muerte

Alrededor de las ocho de la noche bajó él, Antonia estaba como conserje.

Tengo que ir, ella se está bañando, baja en media hora ¿Tengo que pagarte algo más?

Si, veinte mil guaraníes más.

Pasó una hora y como no bajaba nadie, decidió ir hasta la habitación. Se acercó y escuchó el ruido de la ducha, golpeó varias veces la puerta, fue hasta la pieza de mantenimiento donde estaban las copias de las llaves, volvió a golpear, cómo no recibió respuesta abrió la puerta.

Sobre la cama estaba el cuerpo desnudo de la mujer, boca abajo, inerte. Antonia gritó, unos segundos después la mucama ingresó a la habitación.

¡Dios mío, está muerta! exclamó.

Antonia llamó a Hana, casi en estado de histeria comentó lo que había pasado, Hana dijo que llame a la policía.

Luego de diez minutos llegó al hotel y junto con Antonia subieron hasta la habitación, cuando entró se abrazaron y lloraron juntas, luego escucharon el timbre.

Voy yo señora, ha de ser la policía.

Hana se acercó al cuerpo, nunca había visto un asesinato, aquel cuerpo moreno era perfecto, sin estrías ni celulitis, su piel canela brillaba, la larga cabellera negra estaba hacia un lado y su rostro parecía hinchado, tenía un cordel rojo por el cuello, la habían estrangulado, pudo ver también un hilo rojo de sangre que salía de los labios, a un costado estaba el envoltorio de caramelo y dentro un haiku. Apenas terminó de guardar el papel en el bolsillo de su jean, entraron varios policías en la habitación.


El dolor de la soledad

Luego del asesinato Hana fue hasta la embajada de Corea en Paraguay a entrevistarse con el embajador, este la tranquilizó y puso a su disposición un abogado, en julio del 2018 el Hotel Victoria reabrió sus puertas, ella se sentía sola, extrañaba a su marido. Estaba deprimida, necesitaba un hombro donde llorar, alguien que la acompañara, nunca se había dado tiempo para estar triste.

Una tarde, al salir del taller de restauración vio un afiche de danza, la obra se llamaba: Io ti penso.

No dudó en invitar a una de sus amigas del parque, Hana pasó por la casa de Cilde, llegaron hasta la Alianza Francesa no muy lejos del hotel Victoria, ambas entraron a la sala Molière y cuando abrió el programa pudo leer: La obra es un trabajo de improvisación, composición coreográfica y composición instantánea basada en haikus y la leyenda oriental del cordel rojo, cuenta con la participación especial de los bailarines Alma Encina y Lautaro Olmedo. Este último viene desarrollando su carrera artística en Chile desde hace cinco años, donde integra el Ballet Municipal de Santiago.



Un 26 de julio del 2018 fue la primera vez que asistía a ver una obra de ballet, en la medida que esa pareja bailaba, le brotaban las lágrimas, recordó a su esposo y suspiró imaginando que estaba a su lado, con un cerrado aplauso final los bailarines se quitaron la máscara con la que bailaron toda la obra.

_ ¡Es él! dijo Hana asustada.

_ ¿Qué? Contestó Cilde.

_ Nada, que él, el bailarín es hermoso.

_ Ella también, ambos son hermosos, la historia me encantó.

A través de la profesora Petrona, pudo conseguir el número de celular de la directora de danza, llamó y la felicitó por la obra, sutilmente preguntó por Lautaro.

_ Él es alumno de la escuela del Instituto, hace cinco años está en Chile, pudo conseguir un permiso especial para Io ti penso, regresa de nuevo a Santiago el sábado.

Hana fue hasta el pequeño balcón de su departamento y lloró durante horas, pensó en aquella mujer tendida en la cama de su hotel, la leyenda del cordel rojo era cierta, estaba unida a aquel asesino por el cordel del destino, deseó ser esa joven morena tendida en la cama, morir luego de hacer el amor leyendo un haiku mortal y eterno.


El pecado de la hermosura



Descubrir la identidad del hermoso asesino, la sumió en emociones encontradas, no podía dejar de recordar lo ocurrido meses atrás en una de las habitaciones del Hotel Victoria, aquella mujer y el cordel rojo, pensó que el chico podría ser su hijo. Pero era tan hermoso, perfecto, imaginó verlo desnudo. Volvió a llamar a la directora de danza del Instituto Superior de Bellas Artes y preguntó dónde se alojaba Lautaro. Un viernes frío del mes de julio, antes de ir a la policía a entregar todas las pruebas que tenía sobre el asesinato, decidió ir primero hasta el barrio San Vicente, a cuadras de la iglesia estaba la casa donde se encontraba Lautaro. Hana deseaba cerrar un capítulo de su vida. Llevaba puesto un jean desgastado y una blusa morada, se había peinado y maquillado. Dentro de su cartera estaban los haikus que había guardado, bajó de su Kia Pride y caminó con dificultad por el destartalado empedrado, llegó a la casa y se presentó ante el bailarín y asesino.

Lautaro se quedó sin palabras al verla, con dudas la saludó y la invitó a sentarse.

Hana sacó de su bolso los haikus, se los entregó y sin mirarlo dijo:

_ Es un recuerdo que duele, duele verte.

_ ¿Usted sabe señora, lo qué pasó?

_ Juntos sin tiempo, io ti penso amore, eterno amor. Dijo Hana, recordando uno de los haikus.

_ Daniela creía que las almas se quedan por la eternidad tal como murieron, me pidió que la mate cuando llegase al orgasmo, así se quedaría por siempre disfrutando del mayor placer.

_ Es una creencia oriental. Los japones piensan eso.


Unidas en la muerte

Le dijo que lo acompañe al hotel, Lautaro comprendió que no estaba en posición de elegir, subió al Kia Pride. Ella fumaba mientras manejaba, no dijeron una sola palabra, llegaron al hotel, Hana tomó la llave de la habitación 104 y subieron.

_ Hoy es viernes, solo venían aquí los viernes.

_ Si, durante ocho viernes. Amé a Daniela, no me arrepiento de lo que hice, aunque vaya preso, hice lo que ella deseaba.

Hana sacó un cordel rojo de su cartera, puso todos los haikus sobre una diminuta mesa que estaba al costado de la cama.

_ Quiero morir de la misma manera que ella. Dijo Hana.

Lautaro no supo qué responder, trató de convencer a aquella mujer que no podía hacer eso, que era completamente diferente a lo acontecido con Daniela.

_ Ya es momento de encontrarme con mi esposo, quiero morir así, con la misma sensación con la cual Daniela ahora se pasea por el universo.

Lautaro se desvistió e inicio el rito de La petite mort, luego de unos minutos la mujer terminó desvaneciéndose en la cama, en su mano tenía el pedazo de papel con uno de los haikus. Se masturbó hasta eyacular sobre esa espalda blanca. Hana había cumplido el deseo de ser como aquella joven morena: morir luego de hacer el amor, leyendo un haiku mortal y eterno.

Se quedó mirando el cuerpo. Lautaro disfrutó la sensación de tener sexo y asesinar al mismo tiempo. Antes de salir de la habitación, con el bolígrafo rasgando la piel de Hana, dejó un haiku sangrante en la espalda del cadáver:


Pequeña muerte,

del placebo al dolor,

hay un suspiro.

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