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Los amantes del cementerio de Humaitá

Actualizado: 18 jul 2022


A veces grito, de esta forma puedo silenciar los recuerdos. Sentado en la soledad, en esta silla de madera pintada de verde, sobre la vereda de la despensa San Expédito, reflexiono sobre mis actos. Al igual que aquel sábado, estoy tomando cerveza en botellas de un litro, ha pasado mucho tiempo, pero la cadena, igual que el nombre de la calle donde estoy, me une a ellos.

Pago la cerveza y camino por la calle Cadena hasta llegar a la calle Última, en esta ciudad, que una calle se llame Última es una ironía, todo en Humaitá pareciera ser último, una ciudad con 250 años que, contando los perros, gatos, gallinas y chanchos con dificultad llegamos a cinco mil almas vivas. Ha de ser la maldición de los miles de almas de la guerra grande que siguen penitentes en los campos de batalla.

Algunas noches, sobre todo en las que hace frío y sin luna se escuchan ruidos de bombas y gritos, estamos acostumbrados a vivir sobre un campo de batalla, la muerte, para los que habitamos la antigua Fortaleza de Humaitá, es una puerta que a veces está abierta y otras cerradas.

Al llegar a la calle Última, al igual que ese sábado 16 de julio del 2016, quedé unos segundos mirando, tengo ganas de gritar, los vi de nuevo juntos, besándose como en ese frío sábado. Decido ignorarlos, camino hacia la ruta 4, ellos caminan tomados de la mano, como aquella vez, rumbo al cementerio.

Al llegar a casa, al costado del Complejo Fortaleza, voy directo hasta mi habitación y prendo una vela a Santa Teresa de Jesús y otra a San Judas Tadeo, rezo y me arrepiento de mis pecados, liberado me acuesto a dormir. Tengo miedo, es recurrente que en los sueños bebo sangre, escucho gemidos, súplicas de una mujer pidiendo que no la asesinen.

¿Qué mierda está pasando? Protégeme Santa Teresa, por favor.

Desde hace un tiempo siento sus almas arrastrándose por las noches en mi habitación, a veces encuentro sangre en mis sábanas.


Verdad o consecuencia en el Restaurante La Terraza

Habían llegado desde Asunción durante la tarde, fueron bajando y fotografiando todo lo que encontraban, eran estudiantes de alguna universidad de Asunción, con esfuerzo los profesores encargados del paseo lograron conseguir que vayan entrando al hotel, era una vieja casona con rejas de hierro forjado y en el frontis se podía leer: 1888.

Al atardecer chicos y chicas paseaban por las ruinas del antiguo templo de San Carlos de Borromeo, fotografiaban la costanera de la pequeña ciudad, terminaron todos sentados en el restaurante La Terraza, que está a pocos metros del hotel y tiene una hermosa vista al río Paraguay.

Entre hamburguesas con papas fritas y abundante fernet con coca, rondando las once decidieron jugar verdad o consecuencia, rozando la media noche decidieron hacer una última ronda del juego.

Con esta terminamos, sin consecuencia, solo la verdad: ¿Un lugar extravagante dónde tuvieron sexo?

Entre risas y burlas fueron contestando, el barullo superaba el reggaeton del bar, pero ante una respuesta, quedaron en silencio.

Yo, yo tuve sexo en un panteón, a la noche, en el cementerio del Sur en Barrio Obrero.

El juego acabó con esa respuesta, todos la miraron, era muy delgada, de piel canela, su cabello liso llegaba hasta la cintura, sus facciones infantiles hacía extremo el relato de tener sexo a la noche en un cementerio.

La mirada del pecado

Dos miradas se cruzaron entre la veintena de jóvenes, salieron hacia la costanera.

¿Tuviste sexo en un cementerio? Preguntó ella.

Este pueblo deber tener un cementerio, si querés vamos.

El pacto tácito quedó sellado, caminaron juntos, llegaron hasta el estadio municipal de Humaitá, había una fiesta, sonaba Irresponsable de los Babasónicos, ambos rieron, sobre la calle de tierra estaba un vendedor de choripanes.

Amigo, ¿Sabés dónde queda el cementerio?

Si sé, ¿Para qué quieren ir?

Nada en especial, volvemos al amanecer a Asunción y cuando salimos de paseo queremos ir a la iglesia y el cementerio, boludeces nuestras, no te preocupes.

El vendedor, con desconfianza, les indicó el camino.

Vayan por la ruta hasta la última calle del pueblo, se llama de esa forma, van a darse cuenta, doblen a la derecha hasta que termine de nuevo la calle y está un cartel, tengan cuidado es oscuro.

Empezaron a caminar, tenían un vaso de plástico de fernet con coca que fueron tomando por el camino, se reían, al llegar a la última calle del pueblo doblaron a la derecha, caminaron unas tres cuadras y ella se detuvo.

Abrazame y besame, tengo frío.

Se abrazaron y se besaron, en la oscuridad de una noche sin luna sellaron su pasión con un largo y silencioso beso, siguieron caminando hasta que la calle terminó y había un pequeño sendero, imperceptible, un minúsculo cartel con letras pintadas a mano se podía leer: Cementerio.


El beso en la oscuridad

Ese sábado 16 de julio del 2016, había tomado muchas cervezas con mis amigos del vóley, al atardecer decidimos dejar de jugar. Tenía frío y estaba cansado, dejé dinero en la mesa de la despensa San Expédito, caminé por la calle Cadena hasta llegar a la calle Última, mientras aspiraba una raya de coca, vi una pareja besándose en la oscuridad, eran extraños, en el pueblo nos conocemos todos y ellos vestían diferente. Imperceptible en la penumbra, decidí seguirlos, era demasiada curiosidad para saber qué estaban haciendo un par de chetos de la capital y dónde estaban yendo.

Mientras los seguía me preguntaba dónde iban, a dos cuadras se acababa el pueblo, hay una calle que es un esteral o la entrada al cementerio.

Llegaron hasta el acceso del camposanto. Yo podía estar a tres metros de ellos sin percibirme, todo estaba oscuro.


La urgencia o el miedo

Dudaron si entraban, de dónde venían, este tipo de lugar era jugar con el peligro.

¿Qué hacemos?

¿Tenés miedo, nene?

Puede ser peligroso, boluda.

¿Qué carajos nos puede pasar? Es una mierda este pueblo pelotudo ¿O le tenés miedo a los fantasmas?

Vamos a entrar, si te hacés de la pelotuda, te dejo sola.

Ella sacó un porro del bolsillo de la campera y pidió a su compañero el encendedor, caminaron por el sendero compartiendo el cigarro de marihuana, el camino con dificultad tenía tres metros de ancho, había ruidos, pero pensaron eran animales del campo, llegaron hasta el portón y lo abrieron.

Deambularon entre los panteones hasta encontrar uno donde la puerta de rejas estaba sin candado, entraron y empezaron a besarse, él fue bajando sus labios hasta llegar a los pechos de ella, metió la mano, corrió el brasier y empezó a recorrer sus pezones con la lengua, ella suspiraba de placer. Hacía frío. Terminaron riéndose, como cómplices.

¡Qué puta!, ¿Cuántas ropas tenés puesta? ¡Hace un frío de mierda, boludo!

Ella llevó bajó su mano y abrió el cierre, sintió el miembro erecto de su amante, lo tomó entre sus dedos, se agachó e introdujo con suavidad el glande en su boca. Él la tomó de los cabellos, suspiraba del placer.

Pasaron unos minutos, ella se desprendió los botones del jean y bajó sus pantalones hasta las rodillas, dio la espalda a su compañero de aventuras y pidió que la penetre.


Las ánimas solo desean ser carne

Dudé para entrar tras ellos, pero me decidí e ingresé al cementerio, los pasillos son angostos y sin orden, la oscuridad era cómplice para que se pierdan. Temblaba, del miedo y del frío, debía ir con sigilo, tenía miedo que me descubran, me pareció escuchar unos gemidos a unos metros. Me quedé inmóvil para escuchar los ruidos de nuevo, de esta forma sabría hacia donde estaban, caminé unos metros y los vi, pude ver dos cuerpos teniendo sexo. Sentí que algo me empujó y caí sobre una cruz, desde el suelo advertí una figura, en la oscuridad era imposible distinguir algo con exactitud, sin embargo trastabillé mientras me ponía de pie, sentí la presencia de varias figuras que rodeaban el panteón. Aunque intenté, fue difícil salir corriendo de ese lugar, no sé cuanto tiempo pasó, me tropecé varias veces y al llegar al portón escuché unos gemidos de dolor y la voz de ella pidiendo auxilio. No intenté volver, durante unos segundos observé el cementerio y esa figura, similar a un ser humano, estaba a mi lado. Ellos merecen lo que le está pasando, la carne es débil. Dijo.

Grité muchas veces y corrí, la borrachera y el cansancio habían desaparecido, corrí, corrí hasta llegar a casa, entré echando cosas, temblaba de miedo.

Decidí tomar un baño, mientras estaba bajo la ducha, mi madre entró a la pieza y preguntó qué pasó, le manifesté que al salir de la despensa vi fantasmas. Eso es normal en este pueblo, todos los humaiteños observamos o escuchamos fantasmas alguna vez, muchas veces los imaginamos, hijo.

Me acosté, volví a recordar los gemidos y los gritos de ellos, la cruz de madera, los vidrios, estuve sin dormir esa noche, seguí temblando de miedo, guardé mi ropa en una bolsa, al otro día la enterré en el monte.


El crimen y el castigo

Él escuchó un ruido y una voz. Ella estaba apoyada por la pared del panteón y él la penetraba.

¿Por qué paraste? Escuché algo.

Miró por fuera de la puerta, en ese momento sintió que algo lo estiró con fuerza, ella si gritó, gritó varias veces. Cuando él trató de reincorporarse, sin entender que sucedía, pues no podía ver en la penumbra, sintió que algo le clavaba en la pierna, gritó de dolor. Pudo observar una figura, la penumbra impedía percibir detalles, ella gritaba horrorizada. Trató de levantarse sin conseguirlo, sentía que le apretaban contra el suelo, tenía clavada en la pierna una cruz de madera, le desgarraban la piel, gritaba, suplicaba que lo deje. Advirtió que ella salía arrastrada por alguien o algo. Gritaba a medida que la llevaba por los pasillos, tenía trozos de vidrios clavados en los pechos. Se escuchaban gritos y gemidos. Las vacas que acostumbran dormir en el campo santo salieron a paso ligero de ese lugar, pasó un tiempo y todo volvió a un silencio, el silencio propio de los cementerios.


Ellos habitan en mis sueños

Cuando salí de mi habitación, por la mañana, mi madre preguntó qué había visto en la madrugada. Todo el pueblo, la policía, compañeros de viaje y los encargados del tour, andaban buscando a dos estudiantes que habían venido de Asunción y desaparecieron, siendo las nueve de la mañana, una vecina decidió ir a visitar a un pariente fallecido y encontró los cuerpos.

Al medio día, mi madre volvió a preguntarme si había observado otra cosa, los fantasmas de Humaitá son parte de la rutina, respondí que sentí un par de ánimas al volver de la despensa. A la siesta estaban policías que llegaron de Pilar y a la tarde llegaron muchos policías desde Asunción, había camionetas de prensa y la televisión transmitiendo en vivo y en los grupos de mensajería instantánea el tema era solo los dos cuerpos del cementerio. Los de la televisión hablaban del crimen del cementerio, pero entre todos los humaiteños, los comentarios giraban en torno a la venganza de los muertos.

Desde ese día ellos y su impureza espiritual habitan mis recuerdos, cuando son intolerantes, grito para silenciar sus súplicas. El olor a cementerio y la sangre de sus cuerpos habitan en mis culpas, la muerte fue la expiación de mis pecados.


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